¡Ah, el timbre!
¡Ya ha llegado!
¡Es ella!
¡Matilda!
¡Qué guapa estás!
Yo diría que ese vestido rojo te sienta maravillosamente.
¿Te has hecho algo en el pelo?
Sí, estás guapísima, como siempre.
Me gusta ese perfume nuevo.
¿No traes maleta? Bueno, no importa.
Siéntate, siéntate… ¿Quieres un té?
Ah, claro, con leche.
Y dos terrones de azúcar, ya lo sé…
Es maravilloso tenerte de nuevo en casa, Matilda. No sé qué haría sin ti.
Esta semana que has estado fuera me he sentido perdido y triste, y apenas he comido nada.
Créeme: cuando te llamo “mi vida”, no exagero ni una pizca.
¿Quieres darte un baño? Ah, buena idea.
Ahora te llevo toallas limpias.
Hay sales perfumadas en la estantería, Matilda. ¿Las ves?
Aquí te dejo las toallas…
No te quedes dormida en la bañera, que te conozco.
Mientras, voy a preparar algo de cena… Oh, vaya, el teléfono.
¿Sí? Dígame. […] Oh, debe de haberse equivocado, señor.
Debe de tratarse de una lamentable confusión. Con toda seguridad no se trata de mi esposa, señor, porque en estos momentos está aquí en casa, dándose un baño… Es un error, señor. Buenas noches.
Matilda, acaban de llamar del tanatorio…
¡Qué confusión tan desagradable…!
Decían que estabas… ¿Puedo entrar, Matilda?
Matilda.
Matilda.
¿Estás ahí, Matilda…?
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