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jueves, 8 de agosto de 2019

La frontera del crepúsculo.

La frontera del crepúsculo, por Sergio Mars. 


El Centro Comercial había quedado en penumbra, en el límite mismo entre universos. Tanto al este como al oeste seguían alternándose el día y la noche, pero por sus ventanas sólo se filtraba al interior la luz sucia que nacía de su mezcla: un eterno crepúsculo, una promesa de amanecer que nunca terminaba de fructificar. Por puro azar, su planta se alineaba de forma tal que la Grieta lo partía por la mitad. No había ninguna hendidura visible, claro está, pero resultaba patente por la disparidad de los establecimientos que podían encontrarse a cada lado.

El Centro Comercial estaba siempre abarrotado. Las tiendas trabajaban de forma ininterrumpida, mezclándose los trabajadores del turno día con los de noche, pero cada uno en su parte; las tímidas pruebas efectuadas para contratar empleados del universo opuesto habían acabado en locura.

Los respectivos consejos de dirección se habían puesto de acuerdo para cobrar y limitar la entrada. En un momento dado sólo se admitían veinte mil clientes, que se agolpaban asombrados ante los escaparates, adquiriendo algún producto cuya utilidad desconocían o, si eran osados de verdad, escabulléndose en las salas de cine para echar un fascinado y asqueado vistazo a lo que aguardaba agazapado más allá de la penumbra. Sin embargo, en ocasiones, el visitante sentía despertar algo distinto en su interior, como un recuerdo recién formado, un anhelo antinatural. Entonces salía del Centro Comercial por la puerta opuesta a aquella por la que había accedido y desaparecía para siempre del mundo que lo había visto nacer.

Quizá la Grieta sirva para eso, para corregir algún trágico error cósmico y devolver a casa a los hijos pródigos. ¿Quién podría asegurarlo? Lo único cierto es que está allí, en la Penumbra, y cumple una función, que tal vez sea revelada cuando, por fin, despunte el día.


miércoles, 7 de agosto de 2019

Padre Nuestro que estás en el cielo.

Padre Nuestro que estás en el cielo, por José Leandro Urbina. 


Mientras el sargento interrogaba a su madre y su hermana, el capitán se llevó al niño, de una mano, a la otra pieza…

–¿Dónde está tu padre? – preguntó

–Está en el cielo –susurró él.

–¿Cómo? ¿Ha muerto? –preguntó asombrado el capitán.

–No –dijo el niño–. Todas las noches baja del cielo a comer con nosotros.

El capitán alzó la vista y descubrió la puertecilla que daba al entretecho.


martes, 6 de agosto de 2019

El pozo.

El pozo, por Luis Mateo Díez. 


Mi hermano Alberto cayó al pozo cuando tenía cinco años. Fue una de esas tragedias familiares que sólo alivian el tiempo y la circunstancia de la familia numerosa. Veinte años después mi hermano Eloy sacaba agua un día de aquel pozo al que nadie jamás había vuelto a asomarse. En el caldero descubrió una pequeña botella con un papel en el interior. «Este es un mundo como otro cualquiera», decía el mensaje.




lunes, 5 de agosto de 2019

Risas en la granja del colegio.

Autor desconocido. 


Cuando estaba en tercero de secundaria, el profesor de educación física nos pidió quedarnos hasta más tarde ayudándolo, claro, nos daría unos puntos extras a la nota final, a lo cual un grupo de amigos y yo aceptamos. Siendo las 8 de la noche, el profesor escuchó un fuerte ruido en la granja, de inmediato dijo: Ya están empezando a espantar. En un inicio no le creímos al profesor, porque nadie de los presentes había escuchado algo fuera de lo normal, todos pensamos que el profesor se quería ir solo y dejarnos a nosotros a terminar el resto del trabajo, sólo nos quedó seguirle la corriente y decir que también nos retiramos.

Pasaron unas semanas, y tuvimos un nuevo curso, un profesor nos enseñaba acerca de la crianza de animales, nos dijo que trajéramos 2 conejos por grupo de 6 de personas. A los conejos les teníamos que alimentar, llegar temprano a clase y darles verduras, hacer la limpieza y todo lo que compete a la crianza de los animales. Después de unos días, el profesor de educación física, de nuevo nos dijo que necesitaba ayuda para arreglar el salón de clase y a los que les ayuden les aumentará unos puntos extras al examen final. Ese mismo día, a mi grupo le tocaba dar su comida al conejo en la hora de salida, unos amigos de mi grupo se fueron a la granja, mientras que yo me ganaba los puntos extras del profesor.

Pasando unas horas, terminando de ordenar el salón, me fui a los vestidores a lavarme. Desde el servicio veo las sombras de mis amigos, sorprendido que aún sigan a estas horas alimentando a los animales, estaba en camino a la granja, hasta que mi profesor me detiene y enojado me pregunta: ¿A donde crees que estás yendo?, ya es hora de irnos. Le respondí al profesor que mis amigos del grupo aún seguían en la granja, porque había visto sus sombras y quería ayudarlos para irnos juntos. El profesor me contestó: No me preguntes nada, sólo no vayas a la granja, ya es hora que todos salgamos del colegio, sino me haces caso te bajaré varios puntos. No me quedó de otra que obedecer al profesor y retirarme. Al día siguiente, le pedí a mi grupo que me perdonaran por no ayudarlos, y les conté que el profesor me bajaría varios puntos si iba con ellos. Mi grupo me respondió de forma tranquila que no pasa nada, además, habían terminado rápido.

Después de varias semanas, se repitió lo mismo, nos quedamos hasta tarde ayudando al profesor de educación física, hasta que terminamos más tarde de lo acostumbrado. En ese momento cuando fui al vestidor, escuche las risas de mis amigos. Esto me pareció raro, porque ya era muy tarde para que estuvieran alimentando a los conejos. En ese instante no sé qué me pasó, pero me entró un frió por todo el cuerpo cuando estaba yendo a la granja. Estando a mitad de camino, mi profesor viene corriendo hacia mí, atrás de él venía los que se quedaron ayudar en la limpieza del salón. Cuando mi profesor me dio alcance, enojado me preguntó porque estaba yendo a la granja a esas horas, que era muy peligroso ir solo.

Allí le dije al profesor, que estaba yendo a ayudar a mis amigos en la crianza de los conejos, y que hacía unos instante escuché sus risas. El profesor enojado me dijo: ¿Cuáles amigos, cuáles risas?, no se escucha nada, todo está en silencio, acaso no ves que el salón de la granja está apagado. Cómo crees que tus amigos van a cuidar a los animales con las luces apagadas. Juró que cuando escuché las risas de mis amigos, vi que las luces estaba prendidas, y por eso me dirigía a apoyarlos. De nuevo le expliqué al profesor, que escuché las risas de mis amigos, capaz ya habían terminado por eso apagaron las luces y no tardarían en salir de la granja. Nos quedamos por más de 10 minutos esperando que mis amigos salieran, pero nada, el lugar estaba en silencio. Un escalofrió me recorrió el cuerpo, ¿de quién fueron las risas que escuché?

No pasaron más de unos minutos, el profesor dijo que debíamos retirarnos y que todo fue producto de mi imaginación; pero yo estoy seguro que escuché las risas de mis amigos y a la vez vi que la luz del salón estaba prendida. Para no asustarme más, respondí que sí, todo habrá sido producto de mi imaginación.

Al día siguiente le pregunté al profesor, ¿qué fue lo que escuché?, le juro que escuché las risas de mis amigos y las luces del salón estaban prendidas. Entonces, el profesor me responde: ¿Sabes por qué cuando me tengo que quedar hasta tarde a ordenar el salón, pido que se queden algunos alumnos? Es porque me espantan. Ya me ha pasado varias veces, cuando salía solo del salón en altas horas de la noche, siempre escuchaba risas en la granja. En un inicio pensé que algún grupo de alumnos se quedaba hasta tarde para alimentar a los animales. Cuando me dirigía a decirles que ya era hora de irse, no veía a nadie, todo el lugar estaba en silencio. Pensando que los alumnos se habían escondidos, busqué por todo el lugar varias veces y no encontraba nada, en un inicio quise pensar que todo fue producto de mi imaginación, pero no. Cuando salía de la granja, de nuevo empezaba a escuchar las risas. Al salir del colegio, el vigilante me preguntaba, ¿te han asustado, cierto? El vigilante me contaba que no debía entrar solo a la granja en altas horas de la noche, porque allí espantan, es por eso que él no hace ronda cerca de la granja.

Con lo que me dijo el profesor, ahora veo porque regala puntos extras para que se queden a supuestamente a ayudar a ordenar el salón, es más bien a acompañarlos para que no lo espanten y porque regala puntos cuando nadie quiere quedarse.


sábado, 3 de agosto de 2019

Tú también flotarás.

Al principio, Francisco pensó que aquellas sombras que veía a través de la ventana, flotando en la niebla, eran fruto de la medicación que estaba tomando.

Se le encogió el alma cuando su mujer, al asomarse a ver qué miraba por la ventana, soltó un grito de puro terror.



viernes, 2 de agosto de 2019

La puerta del cementerio.

Aquella noche, al pasar otra vez frente al puente que deba acceso al cementerio, vio aquella silueta, que siempre había permanecido inmóvil, pero esta vez, la miró, y sus ojos eran rojos como ascuas.

jueves, 1 de agosto de 2019

El negativo de Pickman.

En los mentideros de Boston siempre habían corrido rumores algo tétricos sobre la inspiración del desaparecido Richard Upton Pickman. Cómo un murmullo impreciso, como chirridos y zumbidos de insectos en una noche de verano, las historias solían abundar en distintas variaciones de un mismo tema: el autor había utilizado modelos reales para algunos de sus grotescos cuadros.

Personalmente, había uno que me había obsesionado en especial: Gul alimentándose.
Por eso, el día que me hice con algunos objetos personales en una subasta, no podía contener las ansias y la emoción al llegar a casa.

En un manido sobre encontré su secreto. No había ni rastro de las fotos de sus modelos, pero sí había quedado, oculto en un doble fondo, un inquietante negativo.

Desde entonces no he vuelto a pegar ojo.


miércoles, 31 de julio de 2019

La muñeca espectral.

Aquel tipo tan extraño me dijo que la muñeca espiritual hablaría a medianoche, y pronunciaría el nombre del asesino de mi padre.

Esperé un par de horas en aquella lóbrega mansión, en la que las sombras parecían estar observándome, hasta que el reloj de pared dio doce campanadas que hicieron estremecer al propio silencio.

Apenas pude respirar cuando terminó la duodécima. Comenzó un siniestro ruido de engranajes y el único ojo de la muñeca se movió hacia mí. Su boca se abrió para expulsar bramido antinatural y profundo. Entonces escuché con horror que la muñeca pronunciaba mi nombre.


martes, 30 de julio de 2019

Comprensión repentina.

Entonces entendí.
Dejé de gritar.
No habían entrado a robar.
Ellos no.
Sólo eran enfermeros.
Estaban reanimando mi cadáver.


Ven a jugar.

Cerró el libro de sortilegios. Por fin veía a la dueña de aquella voz que llevaba días susurrándole en la noche: Ven a jugar…


Un monstruo en tu cama.

No fue hasta momentos antes de morir cuando se dio cuenta de que lo que tenía su abuela no era la gripe, cuando el cadáver no estaba, cuando algo las acariciaba la espalda.


lunes, 29 de julio de 2019

La chica de la curva.

Existen diferentes versiones, pero todas ellas tienen un denominador común: una joven vestida con un vestido blanco.

Cuenta la leyenda que un padre de familia volvía del trabajo a casa por la carretera de las Costas del Garraf. Era una noche lluviosa, el frío empañaba el parabrisas y el cansancio empujaba sus párpados hacia abajo. A medida que avanzaba por la carretera, las gotas golpeaban con más violencia los cristales de su coche, que perdía estabilidad en el serpenteante trazado del asfalto.

El hombre agudizó los sentidos y redujo la marcha. En ese mismo instante, los faros del vehículo iluminaron la figura de una chica que, empapada por la lluvia, esperaba inmóvil a que algún conductor se apiadara de ella y la llevara a su destino. Sin dudarlo ni un momento, frenó en seco y la invitó a subir. Ella aceptó de inmediato, y mientras se sentaba en el lugar del copiloto, el chofer se fijó en su vestimenta, ella llevaba un vestido blanco de algodón, arrugado y manchado de barro. Por su pelo enmarañado, parecía que llevaba un buen rato esperando.

Reanudó el viaje y empezaron una distendida conversación en la que la chica esquivó en varias ocasiones la historia de cómo había llegado hasta aquel lugar. Hasta que llegó el momento idóneo. Con una voz fría y cortante, le pidió que redujera la velocidad hasta casi detener el vehículo. “Es una curva muy cerrada”, le advirtió. El hombre siguió su consejo y, cuando vio lo peligroso que podría haber sido, le dio las gracias. Ella, con voz cortante y fría, le espetó: “No me lo agradezcas, es mi misión. En esa curva me maté hace más de 25 años. Era una noche como ésta.” Un escalofrío recorrió la espalda del hombre y erizó su piel. Cuando giró la vista hacia el copiloto, la joven ya no estaba. El asiento, sin embargo, estaba húmedo.




La leyenda de las gemelas.

Les preparó el almuerzo y salieron a la calle apresuradas. Como cada día, llevaba a sus hijas gemelas al colegio. Caminaban tarareando una canción y cogidas de la mano cuando el teléfono sonó desde su bolso. Era del trabajo. Respondió rápidamente y su interlocutor le pidió que acudiera de inmediato a la oficina. Había ocurrido algo grave, así que decidió que las niñas continuaran solas; conocían bien el camino. Las besó en la frente y emprendió la ruta de vuelta. Solo dio veinte pasos, a sus espaldas, el ruido de un fuerte golpe seguido de un frenazo hizo que volteara la cabeza con una expresión de horror en el rostro. Los cuerpos de las dos pequeñas yacían inertes bajo un camión. Todavía estaban cogidas de la mano.

La mujer se sumió en una profunda depresión de la que solo consiguió salir con un nuevo embarazo. Por ironía del destino, en su vientre estaban cobrando vida dos niñas gemelas. Cuando dio a luz, el asombroso parecido con sus hijas fallecidas sorprendió a más de un vecino. A medida que las pequeñas crecían, la madre se volvió más y más protectora. Le aterrorizaba la idea de que pudiera perderlas. Un día, de camino al colegio, las hermanas se adelantaron y corrían ante la atenta mirada de la mujer. En cuanto pusieron un pie en el asfalto, una férrea mano las detuvo con brusquedad. Entre sollozos desconsolados, su madre les rogó que no cruzaran nunca sin su permiso. “No pensábamos en hacerlo. Ya nos atropellaron una vez, mamá. No volverá a ocurrir”.

Desde entonces, algunos viajeros aseguran que al pasar por ese tramo unas interferencias se cuelan en la radio y se oye una misteriosa melodía: el tarareo de unas niñas.


jueves, 25 de julio de 2019

El visitante nocturno.

Leonor se mudaba de nuevo. A su madre le encantaba la restauración, así que su predilección por las casas antiguas empujaba a la familia a llevar una vida más bien nómada. Era la primera noche que dormían allí y, como siempre, su madre le había dejado una pequeña bombilla encendida para espantar todos sus miedos. Cada vez que se cambiaban de casa le costaba conciliar el sueño.

La primera noche apenas durmió. El crujir de las ventanas y del parqué la despertaba continuamente. Pasaron tres días más hasta que empezó a acostumbrarse a los ruidos y descansó del tirón. Una semana después, en una noche fría, un fuerte estruendo la sobresaltó. Había tormenta y la ventana se había abierto de par en par por el fuerte vendaval. Presionó el interruptor de la luz, pero no se encendió. El ruido volvió a sonar, esta vez, desde el otro extremo de la habitación. Se levantó corriendo y, con la palma de la mano extendida sobre la pared, empezó a caminar en busca de su madre. Estaba completamente a oscuras. A los dos pasos, su mano chocó contra algo. Lo palpó y se estremeció al momento: era un mechón de pelo. Atemorizada, un relámpago iluminó la estancia y vio a un niño de su misma estatura frente a ella. Arrancó a correr por el pasillo, gritando, hasta que se topó con su madre. “¿Tu también lo has visto?”, le preguntó.

Sin ni siquiera preparar el equipaje, salieron pitando de la casa. Volvieron al amanecer, tiritando y con las ropas mojadas. Se encontraron todo tal y como lo habían dejado... menos el espejo del habitación de la niña. Un mechón de pelo colgaba de una de las esquinas y la palabra “FUERA” estaba grabada en el vidrio.

La familia se mudó de manera definitiva para dejar atrás aquella pesadilla. Leonor había empezado a ir a un nuevo colegio y tenía nuevos amigos. Un día, la profesora de castellano les repartió unos periódicos antiguos para una actividad. La niña ahogó un grito cuando, en una de las portadas, vio al mismo niño una vez más, bajo un titular: “Aparece muerto un menor en extrañas circunstancias”.



sábado, 13 de julio de 2019

Branquias.

Branquias, por Jesito Weaver. 


Fue a mediados de julio, en una noche de suave brisa, de esas que aligeran los calores acumulados durante el día. Los mayores agradecían la tregua saliendo a la calle, disfrutando del fresco que la canícula les había negado hasta entonces. Aprovechaban también para ponerse al día sobre los últimos acontecimientos, casi siempre sobre el desarrollo de los trabajos en el mar y otros asuntos de poca importancia.

El aullido se escuchó en todo el pueblo. Los vecinos de la zona más alejadas del puerto dijeron haberlo oído nítidamente.

Fueron pocos los que se atrevieron a acercarse a las inmediaciones del muelle y ninguno de ellos ha vuelto a ser el mismo. Los mejor parados continúan con sus insignificantes vidas como pueden: solos, sin apenas relación con los vecinos, como en un estado de letargo que cada vez parece más profundo. Suelen usar pañuelos para esconder sus branquias.

De los primeros en llegar al embarcadero donde se encontró el cuerpo no ha vuelto a saberse nada. Hay quien dice que saltaron al agua, atraídos por algo de lo que casi nadie quiere hablar. Otros, los más incautos, se aventuran a pronunciar un nombre.
“Fue Cthulhu,” dicen.


viernes, 12 de julio de 2019

El Monstruo.

El Monstruo, por Emil Sinclair. 


No te preocupes mi niño, mamá está contigo, nada va a pasarte.
No pongas esa cara mi vida, ya te he contado todos los cuentos que sabíamos, ahora hay que dormir cariño, así bien tapadito, no, tu osito Charlie está roto y sucio, acuérdate.
Sí, no me olvido del beso en la frente.
Sí, Esteban, he mirado debajo de la cama y en el armario, y no he encontrado ningún monstruo, ya te he dicho muchas veces que los monstruos no existen, sólo que a menudo se tienen pesadillas y crees que lo que has visto y hecho es real mi pequeñín.
Ahora duerme.
Sí, mamá vigilará.
Buenas noches, querido.
Pero no llores mi cielo.
Por favor, sabes que oírte llorar me hace daño.
Cálmate ángel mío, no te revuelvas tan fuerte, vas a acabar hiriéndote.
Sabes que esta noche tiene que ser así mi vida.
Si duermes tranquilo mañana aflojaré las cinchas de tus muñecas y soltaré tus piernas, pero sólo si eres bueno te dejaré comer carne.




jueves, 11 de julio de 2019

El disfraz perfecto.

El disfraz perfecto, por Psitacosis. 


– ¡Con diez cañones por banda…!

– ¡Ponte el disfraz de una vez, que vamos a llegar tarde!

– Ya casi estoy, mira. Sólo me falta el parche.

El niño se marchó a su cuarto. Se miró con atención en el espejo, se puso el parche, y comenzó a sentirse incómodo, de manera que terminó por quitárselo. Se miró el ojo derecho con detalle, primero lejos del espejo y luego tan cerca que no lo distinguía. Notó que le faltaba algo importante. Sonaron sus pasos apresurados por la tarima. Acercó la mano al bote del escritorio: unas tijeras, un punzón, una grapadora, lápices de puntas afiladas…

Su madre gritó:
– ¿Quieres darte prisa de una vez?

Eligió el punzón apresuradamente y lo clavó con tanta fuerza y decisión como le fue posible. Un grito ahogado.

Silencio.

La mujer subió y lo encontró sentado frente al espejo, con el punzón en la mano y el parche en el ojo. Había sangre por todo el escritorio.

– ¡Dios santo! ¿Pero qué has hecho?

– El loro no se quedaba quieto en mi hombro.


miércoles, 10 de julio de 2019

La extraña granja.

La extraña granja, autor desconocido. 


Desde que éramos pequeños siempre tuvimos miedo de la vieja granja junto a la que íbamos a jugar.

Pero el día que tuve que entrar allí a por el balón me di cuenta de que no tenía nada que temer.

Me lo dijeron las voces. No me harían nada si hacía lo que me pedían: solo tenía que matar a mis amigos…


martes, 9 de julio de 2019

El negativo de Pickman.

El negativo de Pickman, autor desconocido. 


En los mentideros de Boston siempre habían corrido rumores algo tétricos sobre la inspiración del desaparecido Richard Upton Pickman.

Cómo un murmullo impreciso, como chirridos y zumbidos de insectos en una noche de verano, las historias solían abundar en distintas variaciones de un mismo tema: el autor había utilizado modelos reales para algunos de sus grotescos cuadros.

Personalmente, había uno que me había obsesionado en especial: Gul alimentándose.

Por eso, el día que me hice con algunos objetos personales en una subasta, no podía contener las ansias y la emoción al llegar a casa.

En un manido sobre encontré su secreto.

No había ni rastro de las fotos de sus modelos, pero sí había quedado, oculto en un doble fondo, un inquietante negativo.

Desde entonces no he vuelto a dormir tranquilamente.


viernes, 5 de julio de 2019

Ansiedad.

Ansiedad, por Eloy Martínez Adame.


Sentía que le faltaba el aire. El ambiente olía a madera húmeda, a aceite gastado y óxido. Ese espacio tan reducido lo estaba asfixiando. Era verdaderamente una ironía que este fuera su primer viaje en tren. Nunca le gustó la idea de estar atrapado en un espacio tan pequeño y entre cuatro muros de madera. ¿Cuánto había pasado desde su salida? ¿Cuánto más podría aguantar esa sensación que le oprimía el cuerpo y el alma? Quería salir de ahí, estar con Elena, su amada esposa. Quería sentir sus brazos rodeando su cuello para darle un apasionado beso de bienvenida. Pero parecía faltar una eternidad para ello. Lo peor era la espera… No, lo peor era el ataúd dentro de ese vagón viejo y pestilente que lo acompañaba… Sí, lo peor era el ataúd.

Incluso el sonido lo sofocaba. Ese estridente rechinar de ruedas y vías de metal; el crujir de madera mohosa, vieja, quebradiza y apestosa. Era de noche, eso podría adivinarlo por la fría humedad que impregnaba el interior. Pensar en la oscuridad que se cernía sobre el lúgubre tren no mejoraba su visión del claustrofóbico viaje. A esa oscuridad no se podía escapar, por más rápido que fuera el tren sabía que el día tardaría en llegar más de lo normal. Así es cuando la ansiedad se mete entre cada célula de tu cuerpo. No puedes sacarla, no puedes escapar de ella, te sofoca, te pesa. Es como estar dentro de una caja, pensó, sin nadie a kilómetros de distancia.

El cómo llegó ahí y a dónde se dirigía le eran tan irrelevantes que no los recordaba. Esos lugares ya no eran reales para él. Sólo Elena y la ansiedad en sus manos, ese temblor incontrolable de sus dedos y el sudor helado que le pegaba la ropa al cuerpo; la sensación de tener un chaleco de metal frío sobre el pecho que le impedía respirar; sus pies dormidos y adoloridos. La espalda era un suplicio. Eso era real para él. ¡Y ese maldito ataúd! Como si viajar solo dentro de un vagón de tren no fuera horrible en sí: un maldito ataúd. Ni siquiera la madera de roble oscuro y tallado cuidadosamente podía darle a ese objeto una apariencia agradable. Olía a muerte y eso le congestionaba la nariz.

¿Cuándo se detendrá este jodido tren?, se preguntaba. Cuando la esperanza dejaba casi por completo su ser para dejar todo su interior a la desesperación, unos golpes sobre madera, ¿o habrá sido el viento? ¿provenían del interior del ataúd? ¿fuera del vagón en movimiento? Oh, Elena, por qué no estás aquí conmigo, se dijo. De pronto, un estruendo infernal, la maquinaria del tren se estaba deteniendo. Sintió la inercia del movimiento. La maldita caja de madera tembló y sus juntas de metal y madera produjeron una sinfonía que le revolvió las tripas. Por unos segundos que parecieron largos minutos, el sonido mezclado de uñas sobre el pizarrón y taladros hidráulicos llenaron el angosto espacio del interior para terminar en una lejana exhalación de vapores proveniente de la máquina principal. Luego, voces.

“Benjamín, apúrate. Hay que abrir el último vagón”. “¡Cabrón, qué olor!”. “No seas irrespetuoso, ayúdame a sacar el ataúd pronto”. “No me imagino un viaje aquí adentro, ni tú con todo tu aguante hubieras aguantado la mitad del viaje”. “Por eso nadie viaja aquí y se coloca en la parte de atrás del tren. Ayúdame a sacarlo que no tardan en pasar por él”. “¿Y quién va a venir por él?”. “Déjame ver la hoja de carga… Ehm… Una tal Elena Jiménez”. “Bien, al menos para este amigo de aquí adentro terminó el viaje”.

Oh, ahora lo recordaba como había terminado ahí, pero seguía siendo irrelevante. Se pensó un idiota por creer que lo vivido en el viaje podía ser real, un remanente del anhelo de vivir, supuso. Ya no importaba más, su Elena estaba por llegar. Al menos ya no estaba dentro de ese vagón, con el ataúd no tenía opción.