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jueves, 8 de agosto de 2019

La frontera del crepúsculo.

La frontera del crepúsculo, por Sergio Mars. 


El Centro Comercial había quedado en penumbra, en el límite mismo entre universos. Tanto al este como al oeste seguían alternándose el día y la noche, pero por sus ventanas sólo se filtraba al interior la luz sucia que nacía de su mezcla: un eterno crepúsculo, una promesa de amanecer que nunca terminaba de fructificar. Por puro azar, su planta se alineaba de forma tal que la Grieta lo partía por la mitad. No había ninguna hendidura visible, claro está, pero resultaba patente por la disparidad de los establecimientos que podían encontrarse a cada lado.

El Centro Comercial estaba siempre abarrotado. Las tiendas trabajaban de forma ininterrumpida, mezclándose los trabajadores del turno día con los de noche, pero cada uno en su parte; las tímidas pruebas efectuadas para contratar empleados del universo opuesto habían acabado en locura.

Los respectivos consejos de dirección se habían puesto de acuerdo para cobrar y limitar la entrada. En un momento dado sólo se admitían veinte mil clientes, que se agolpaban asombrados ante los escaparates, adquiriendo algún producto cuya utilidad desconocían o, si eran osados de verdad, escabulléndose en las salas de cine para echar un fascinado y asqueado vistazo a lo que aguardaba agazapado más allá de la penumbra. Sin embargo, en ocasiones, el visitante sentía despertar algo distinto en su interior, como un recuerdo recién formado, un anhelo antinatural. Entonces salía del Centro Comercial por la puerta opuesta a aquella por la que había accedido y desaparecía para siempre del mundo que lo había visto nacer.

Quizá la Grieta sirva para eso, para corregir algún trágico error cósmico y devolver a casa a los hijos pródigos. ¿Quién podría asegurarlo? Lo único cierto es que está allí, en la Penumbra, y cumple una función, que tal vez sea revelada cuando, por fin, despunte el día.


miércoles, 7 de agosto de 2019

Padre Nuestro que estás en el cielo.

Padre Nuestro que estás en el cielo, por José Leandro Urbina. 


Mientras el sargento interrogaba a su madre y su hermana, el capitán se llevó al niño, de una mano, a la otra pieza…

–¿Dónde está tu padre? – preguntó

–Está en el cielo –susurró él.

–¿Cómo? ¿Ha muerto? –preguntó asombrado el capitán.

–No –dijo el niño–. Todas las noches baja del cielo a comer con nosotros.

El capitán alzó la vista y descubrió la puertecilla que daba al entretecho.


domingo, 4 de agosto de 2019

Enfermiza necesidad.

Dejó de masticar. No era caníbal por necesidad, lo era por placer, pensó.
Hecha esta reflexión, siguió comiéndose a su hijo.


sábado, 3 de agosto de 2019

Tú también flotarás.

Al principio, Francisco pensó que aquellas sombras que veía a través de la ventana, flotando en la niebla, eran fruto de la medicación que estaba tomando.

Se le encogió el alma cuando su mujer, al asomarse a ver qué miraba por la ventana, soltó un grito de puro terror.



viernes, 2 de agosto de 2019

La puerta del cementerio.

Aquella noche, al pasar otra vez frente al puente que deba acceso al cementerio, vio aquella silueta, que siempre había permanecido inmóvil, pero esta vez, la miró, y sus ojos eran rojos como ascuas.

jueves, 1 de agosto de 2019

El negativo de Pickman.

En los mentideros de Boston siempre habían corrido rumores algo tétricos sobre la inspiración del desaparecido Richard Upton Pickman. Cómo un murmullo impreciso, como chirridos y zumbidos de insectos en una noche de verano, las historias solían abundar en distintas variaciones de un mismo tema: el autor había utilizado modelos reales para algunos de sus grotescos cuadros.

Personalmente, había uno que me había obsesionado en especial: Gul alimentándose.
Por eso, el día que me hice con algunos objetos personales en una subasta, no podía contener las ansias y la emoción al llegar a casa.

En un manido sobre encontré su secreto. No había ni rastro de las fotos de sus modelos, pero sí había quedado, oculto en un doble fondo, un inquietante negativo.

Desde entonces no he vuelto a pegar ojo.


miércoles, 31 de julio de 2019

La muñeca espectral.

Aquel tipo tan extraño me dijo que la muñeca espiritual hablaría a medianoche, y pronunciaría el nombre del asesino de mi padre.

Esperé un par de horas en aquella lóbrega mansión, en la que las sombras parecían estar observándome, hasta que el reloj de pared dio doce campanadas que hicieron estremecer al propio silencio.

Apenas pude respirar cuando terminó la duodécima. Comenzó un siniestro ruido de engranajes y el único ojo de la muñeca se movió hacia mí. Su boca se abrió para expulsar bramido antinatural y profundo. Entonces escuché con horror que la muñeca pronunciaba mi nombre.


martes, 30 de julio de 2019

Comprensión repentina.

Entonces entendí.
Dejé de gritar.
No habían entrado a robar.
Ellos no.
Sólo eran enfermeros.
Estaban reanimando mi cadáver.


Ven a jugar.

Cerró el libro de sortilegios. Por fin veía a la dueña de aquella voz que llevaba días susurrándole en la noche: Ven a jugar…


Un monstruo en tu cama.

No fue hasta momentos antes de morir cuando se dio cuenta de que lo que tenía su abuela no era la gripe, cuando el cadáver no estaba, cuando algo las acariciaba la espalda.


lunes, 29 de julio de 2019

La chica de la curva.

Existen diferentes versiones, pero todas ellas tienen un denominador común: una joven vestida con un vestido blanco.

Cuenta la leyenda que un padre de familia volvía del trabajo a casa por la carretera de las Costas del Garraf. Era una noche lluviosa, el frío empañaba el parabrisas y el cansancio empujaba sus párpados hacia abajo. A medida que avanzaba por la carretera, las gotas golpeaban con más violencia los cristales de su coche, que perdía estabilidad en el serpenteante trazado del asfalto.

El hombre agudizó los sentidos y redujo la marcha. En ese mismo instante, los faros del vehículo iluminaron la figura de una chica que, empapada por la lluvia, esperaba inmóvil a que algún conductor se apiadara de ella y la llevara a su destino. Sin dudarlo ni un momento, frenó en seco y la invitó a subir. Ella aceptó de inmediato, y mientras se sentaba en el lugar del copiloto, el chofer se fijó en su vestimenta, ella llevaba un vestido blanco de algodón, arrugado y manchado de barro. Por su pelo enmarañado, parecía que llevaba un buen rato esperando.

Reanudó el viaje y empezaron una distendida conversación en la que la chica esquivó en varias ocasiones la historia de cómo había llegado hasta aquel lugar. Hasta que llegó el momento idóneo. Con una voz fría y cortante, le pidió que redujera la velocidad hasta casi detener el vehículo. “Es una curva muy cerrada”, le advirtió. El hombre siguió su consejo y, cuando vio lo peligroso que podría haber sido, le dio las gracias. Ella, con voz cortante y fría, le espetó: “No me lo agradezcas, es mi misión. En esa curva me maté hace más de 25 años. Era una noche como ésta.” Un escalofrío recorrió la espalda del hombre y erizó su piel. Cuando giró la vista hacia el copiloto, la joven ya no estaba. El asiento, sin embargo, estaba húmedo.




jueves, 25 de julio de 2019

El visitante nocturno.

Leonor se mudaba de nuevo. A su madre le encantaba la restauración, así que su predilección por las casas antiguas empujaba a la familia a llevar una vida más bien nómada. Era la primera noche que dormían allí y, como siempre, su madre le había dejado una pequeña bombilla encendida para espantar todos sus miedos. Cada vez que se cambiaban de casa le costaba conciliar el sueño.

La primera noche apenas durmió. El crujir de las ventanas y del parqué la despertaba continuamente. Pasaron tres días más hasta que empezó a acostumbrarse a los ruidos y descansó del tirón. Una semana después, en una noche fría, un fuerte estruendo la sobresaltó. Había tormenta y la ventana se había abierto de par en par por el fuerte vendaval. Presionó el interruptor de la luz, pero no se encendió. El ruido volvió a sonar, esta vez, desde el otro extremo de la habitación. Se levantó corriendo y, con la palma de la mano extendida sobre la pared, empezó a caminar en busca de su madre. Estaba completamente a oscuras. A los dos pasos, su mano chocó contra algo. Lo palpó y se estremeció al momento: era un mechón de pelo. Atemorizada, un relámpago iluminó la estancia y vio a un niño de su misma estatura frente a ella. Arrancó a correr por el pasillo, gritando, hasta que se topó con su madre. “¿Tu también lo has visto?”, le preguntó.

Sin ni siquiera preparar el equipaje, salieron pitando de la casa. Volvieron al amanecer, tiritando y con las ropas mojadas. Se encontraron todo tal y como lo habían dejado... menos el espejo del habitación de la niña. Un mechón de pelo colgaba de una de las esquinas y la palabra “FUERA” estaba grabada en el vidrio.

La familia se mudó de manera definitiva para dejar atrás aquella pesadilla. Leonor había empezado a ir a un nuevo colegio y tenía nuevos amigos. Un día, la profesora de castellano les repartió unos periódicos antiguos para una actividad. La niña ahogó un grito cuando, en una de las portadas, vio al mismo niño una vez más, bajo un titular: “Aparece muerto un menor en extrañas circunstancias”.



sábado, 13 de julio de 2019

Branquias.

Branquias, por Jesito Weaver. 


Fue a mediados de julio, en una noche de suave brisa, de esas que aligeran los calores acumulados durante el día. Los mayores agradecían la tregua saliendo a la calle, disfrutando del fresco que la canícula les había negado hasta entonces. Aprovechaban también para ponerse al día sobre los últimos acontecimientos, casi siempre sobre el desarrollo de los trabajos en el mar y otros asuntos de poca importancia.

El aullido se escuchó en todo el pueblo. Los vecinos de la zona más alejadas del puerto dijeron haberlo oído nítidamente.

Fueron pocos los que se atrevieron a acercarse a las inmediaciones del muelle y ninguno de ellos ha vuelto a ser el mismo. Los mejor parados continúan con sus insignificantes vidas como pueden: solos, sin apenas relación con los vecinos, como en un estado de letargo que cada vez parece más profundo. Suelen usar pañuelos para esconder sus branquias.

De los primeros en llegar al embarcadero donde se encontró el cuerpo no ha vuelto a saberse nada. Hay quien dice que saltaron al agua, atraídos por algo de lo que casi nadie quiere hablar. Otros, los más incautos, se aventuran a pronunciar un nombre.
“Fue Cthulhu,” dicen.


viernes, 12 de julio de 2019

El Monstruo.

El Monstruo, por Emil Sinclair. 


No te preocupes mi niño, mamá está contigo, nada va a pasarte.
No pongas esa cara mi vida, ya te he contado todos los cuentos que sabíamos, ahora hay que dormir cariño, así bien tapadito, no, tu osito Charlie está roto y sucio, acuérdate.
Sí, no me olvido del beso en la frente.
Sí, Esteban, he mirado debajo de la cama y en el armario, y no he encontrado ningún monstruo, ya te he dicho muchas veces que los monstruos no existen, sólo que a menudo se tienen pesadillas y crees que lo que has visto y hecho es real mi pequeñín.
Ahora duerme.
Sí, mamá vigilará.
Buenas noches, querido.
Pero no llores mi cielo.
Por favor, sabes que oírte llorar me hace daño.
Cálmate ángel mío, no te revuelvas tan fuerte, vas a acabar hiriéndote.
Sabes que esta noche tiene que ser así mi vida.
Si duermes tranquilo mañana aflojaré las cinchas de tus muñecas y soltaré tus piernas, pero sólo si eres bueno te dejaré comer carne.




jueves, 11 de julio de 2019

El disfraz perfecto.

El disfraz perfecto, por Psitacosis. 


– ¡Con diez cañones por banda…!

– ¡Ponte el disfraz de una vez, que vamos a llegar tarde!

– Ya casi estoy, mira. Sólo me falta el parche.

El niño se marchó a su cuarto. Se miró con atención en el espejo, se puso el parche, y comenzó a sentirse incómodo, de manera que terminó por quitárselo. Se miró el ojo derecho con detalle, primero lejos del espejo y luego tan cerca que no lo distinguía. Notó que le faltaba algo importante. Sonaron sus pasos apresurados por la tarima. Acercó la mano al bote del escritorio: unas tijeras, un punzón, una grapadora, lápices de puntas afiladas…

Su madre gritó:
– ¿Quieres darte prisa de una vez?

Eligió el punzón apresuradamente y lo clavó con tanta fuerza y decisión como le fue posible. Un grito ahogado.

Silencio.

La mujer subió y lo encontró sentado frente al espejo, con el punzón en la mano y el parche en el ojo. Había sangre por todo el escritorio.

– ¡Dios santo! ¿Pero qué has hecho?

– El loro no se quedaba quieto en mi hombro.


miércoles, 10 de julio de 2019

La extraña granja.

La extraña granja, autor desconocido. 


Desde que éramos pequeños siempre tuvimos miedo de la vieja granja junto a la que íbamos a jugar.

Pero el día que tuve que entrar allí a por el balón me di cuenta de que no tenía nada que temer.

Me lo dijeron las voces. No me harían nada si hacía lo que me pedían: solo tenía que matar a mis amigos…


martes, 9 de julio de 2019

El negativo de Pickman.

El negativo de Pickman, autor desconocido. 


En los mentideros de Boston siempre habían corrido rumores algo tétricos sobre la inspiración del desaparecido Richard Upton Pickman.

Cómo un murmullo impreciso, como chirridos y zumbidos de insectos en una noche de verano, las historias solían abundar en distintas variaciones de un mismo tema: el autor había utilizado modelos reales para algunos de sus grotescos cuadros.

Personalmente, había uno que me había obsesionado en especial: Gul alimentándose.

Por eso, el día que me hice con algunos objetos personales en una subasta, no podía contener las ansias y la emoción al llegar a casa.

En un manido sobre encontré su secreto.

No había ni rastro de las fotos de sus modelos, pero sí había quedado, oculto en un doble fondo, un inquietante negativo.

Desde entonces no he vuelto a dormir tranquilamente.


viernes, 5 de julio de 2019

Ansiedad.

Ansiedad, por Eloy Martínez Adame.


Sentía que le faltaba el aire. El ambiente olía a madera húmeda, a aceite gastado y óxido. Ese espacio tan reducido lo estaba asfixiando. Era verdaderamente una ironía que este fuera su primer viaje en tren. Nunca le gustó la idea de estar atrapado en un espacio tan pequeño y entre cuatro muros de madera. ¿Cuánto había pasado desde su salida? ¿Cuánto más podría aguantar esa sensación que le oprimía el cuerpo y el alma? Quería salir de ahí, estar con Elena, su amada esposa. Quería sentir sus brazos rodeando su cuello para darle un apasionado beso de bienvenida. Pero parecía faltar una eternidad para ello. Lo peor era la espera… No, lo peor era el ataúd dentro de ese vagón viejo y pestilente que lo acompañaba… Sí, lo peor era el ataúd.

Incluso el sonido lo sofocaba. Ese estridente rechinar de ruedas y vías de metal; el crujir de madera mohosa, vieja, quebradiza y apestosa. Era de noche, eso podría adivinarlo por la fría humedad que impregnaba el interior. Pensar en la oscuridad que se cernía sobre el lúgubre tren no mejoraba su visión del claustrofóbico viaje. A esa oscuridad no se podía escapar, por más rápido que fuera el tren sabía que el día tardaría en llegar más de lo normal. Así es cuando la ansiedad se mete entre cada célula de tu cuerpo. No puedes sacarla, no puedes escapar de ella, te sofoca, te pesa. Es como estar dentro de una caja, pensó, sin nadie a kilómetros de distancia.

El cómo llegó ahí y a dónde se dirigía le eran tan irrelevantes que no los recordaba. Esos lugares ya no eran reales para él. Sólo Elena y la ansiedad en sus manos, ese temblor incontrolable de sus dedos y el sudor helado que le pegaba la ropa al cuerpo; la sensación de tener un chaleco de metal frío sobre el pecho que le impedía respirar; sus pies dormidos y adoloridos. La espalda era un suplicio. Eso era real para él. ¡Y ese maldito ataúd! Como si viajar solo dentro de un vagón de tren no fuera horrible en sí: un maldito ataúd. Ni siquiera la madera de roble oscuro y tallado cuidadosamente podía darle a ese objeto una apariencia agradable. Olía a muerte y eso le congestionaba la nariz.

¿Cuándo se detendrá este jodido tren?, se preguntaba. Cuando la esperanza dejaba casi por completo su ser para dejar todo su interior a la desesperación, unos golpes sobre madera, ¿o habrá sido el viento? ¿provenían del interior del ataúd? ¿fuera del vagón en movimiento? Oh, Elena, por qué no estás aquí conmigo, se dijo. De pronto, un estruendo infernal, la maquinaria del tren se estaba deteniendo. Sintió la inercia del movimiento. La maldita caja de madera tembló y sus juntas de metal y madera produjeron una sinfonía que le revolvió las tripas. Por unos segundos que parecieron largos minutos, el sonido mezclado de uñas sobre el pizarrón y taladros hidráulicos llenaron el angosto espacio del interior para terminar en una lejana exhalación de vapores proveniente de la máquina principal. Luego, voces.

“Benjamín, apúrate. Hay que abrir el último vagón”. “¡Cabrón, qué olor!”. “No seas irrespetuoso, ayúdame a sacar el ataúd pronto”. “No me imagino un viaje aquí adentro, ni tú con todo tu aguante hubieras aguantado la mitad del viaje”. “Por eso nadie viaja aquí y se coloca en la parte de atrás del tren. Ayúdame a sacarlo que no tardan en pasar por él”. “¿Y quién va a venir por él?”. “Déjame ver la hoja de carga… Ehm… Una tal Elena Jiménez”. “Bien, al menos para este amigo de aquí adentro terminó el viaje”.

Oh, ahora lo recordaba como había terminado ahí, pero seguía siendo irrelevante. Se pensó un idiota por creer que lo vivido en el viaje podía ser real, un remanente del anhelo de vivir, supuso. Ya no importaba más, su Elena estaba por llegar. Al menos ya no estaba dentro de ese vagón, con el ataúd no tenía opción.


miércoles, 3 de julio de 2019

*Sin título*

*Sin título*,  por Vacodriani. 


— A la una me tuvieron, a las dos me bautizaron, a las tres me puse novia y a las cuatro me casaron…
— Calla, no cantes, por favor, déjame…
— A las cinco tuve un niño, a las seis lo bautizaron, a las siete…
— Por favor, dime qué tengo que hacer para que me dejes, para que me perdones. Me equivoqué, me equivoqué por siempre…
— A las siete algo me dieron, a las ocho…
— No cantes y háblame, hazme saber si con mi muerte te contentarás, dime si no has tenido suficiente con la marcha de Leonor, mi Leonor.
— A las ocho vino el cura y a las nueve…
— !Márchate¡, rencor y venganza, vuelve de donde saliste, déjame solo, sufriendo, no aguanto más.
— Y a las nueve, me enterraron.


lunes, 1 de julio de 2019

Miedo.

Miedo, por Hogdson. 


Pensé que, tras pasar interminables años recorriendo estos pasillos, sabía todo lo que hay que saber de mi oficio. Me equivoqué. Creí que no existía ni un solo rincón que no hubiera explorado una y mil veces; que no habría nada que escapase a mi control. Y por ello, me sentía amo y señor de todo lo que hubiese entre estas paredes. De hecho, la oscuridad era mía, la perpetua soledad… Incluso el aire viciado y la humedad de catacumbas eran mías también. El frío era frío no porque se filtrara por la grieta, sino aquello que dejaba la gélida estela de mis pasos. Y es que los fantasmas somos de condición huraña, y terriblemente celosos de nuestra causa y secreto encierro. Pero ahora, siento que estos sótanos de silencio ya no me pertenecen del todo. Un silencio sólo roto por el sempiterno repiqueteo del agua que se escurre… pero que ahora, cada cierto tiempo, me regresa el eco de otros pasos furtivos. ¿Quién es, de dónde, y cómo vino?, no puedo saberlo ni comprenderlo. Porque lo creo imposible. Y aunque no pueda ser, me hace sentir cosas que obviamente ya había olvidado. ¿Acaso esto es miedo?