miércoles, 31 de julio de 2019

La muñeca espectral.

Aquel tipo tan extraño me dijo que la muñeca espiritual hablaría a medianoche, y pronunciaría el nombre del asesino de mi padre.

Esperé un par de horas en aquella lóbrega mansión, en la que las sombras parecían estar observándome, hasta que el reloj de pared dio doce campanadas que hicieron estremecer al propio silencio.

Apenas pude respirar cuando terminó la duodécima. Comenzó un siniestro ruido de engranajes y el único ojo de la muñeca se movió hacia mí. Su boca se abrió para expulsar bramido antinatural y profundo. Entonces escuché con horror que la muñeca pronunciaba mi nombre.


martes, 30 de julio de 2019

Comprensión repentina.

Entonces entendí.
Dejé de gritar.
No habían entrado a robar.
Ellos no.
Sólo eran enfermeros.
Estaban reanimando mi cadáver.


Ven a jugar.

Cerró el libro de sortilegios. Por fin veía a la dueña de aquella voz que llevaba días susurrándole en la noche: Ven a jugar…


Un monstruo en tu cama.

No fue hasta momentos antes de morir cuando se dio cuenta de que lo que tenía su abuela no era la gripe, cuando el cadáver no estaba, cuando algo las acariciaba la espalda.


lunes, 29 de julio de 2019

La chica de la curva.

Existen diferentes versiones, pero todas ellas tienen un denominador común: una joven vestida con un vestido blanco.

Cuenta la leyenda que un padre de familia volvía del trabajo a casa por la carretera de las Costas del Garraf. Era una noche lluviosa, el frío empañaba el parabrisas y el cansancio empujaba sus párpados hacia abajo. A medida que avanzaba por la carretera, las gotas golpeaban con más violencia los cristales de su coche, que perdía estabilidad en el serpenteante trazado del asfalto.

El hombre agudizó los sentidos y redujo la marcha. En ese mismo instante, los faros del vehículo iluminaron la figura de una chica que, empapada por la lluvia, esperaba inmóvil a que algún conductor se apiadara de ella y la llevara a su destino. Sin dudarlo ni un momento, frenó en seco y la invitó a subir. Ella aceptó de inmediato, y mientras se sentaba en el lugar del copiloto, el chofer se fijó en su vestimenta, ella llevaba un vestido blanco de algodón, arrugado y manchado de barro. Por su pelo enmarañado, parecía que llevaba un buen rato esperando.

Reanudó el viaje y empezaron una distendida conversación en la que la chica esquivó en varias ocasiones la historia de cómo había llegado hasta aquel lugar. Hasta que llegó el momento idóneo. Con una voz fría y cortante, le pidió que redujera la velocidad hasta casi detener el vehículo. “Es una curva muy cerrada”, le advirtió. El hombre siguió su consejo y, cuando vio lo peligroso que podría haber sido, le dio las gracias. Ella, con voz cortante y fría, le espetó: “No me lo agradezcas, es mi misión. En esa curva me maté hace más de 25 años. Era una noche como ésta.” Un escalofrío recorrió la espalda del hombre y erizó su piel. Cuando giró la vista hacia el copiloto, la joven ya no estaba. El asiento, sin embargo, estaba húmedo.




La leyenda de las gemelas.

Les preparó el almuerzo y salieron a la calle apresuradas. Como cada día, llevaba a sus hijas gemelas al colegio. Caminaban tarareando una canción y cogidas de la mano cuando el teléfono sonó desde su bolso. Era del trabajo. Respondió rápidamente y su interlocutor le pidió que acudiera de inmediato a la oficina. Había ocurrido algo grave, así que decidió que las niñas continuaran solas; conocían bien el camino. Las besó en la frente y emprendió la ruta de vuelta. Solo dio veinte pasos, a sus espaldas, el ruido de un fuerte golpe seguido de un frenazo hizo que volteara la cabeza con una expresión de horror en el rostro. Los cuerpos de las dos pequeñas yacían inertes bajo un camión. Todavía estaban cogidas de la mano.

La mujer se sumió en una profunda depresión de la que solo consiguió salir con un nuevo embarazo. Por ironía del destino, en su vientre estaban cobrando vida dos niñas gemelas. Cuando dio a luz, el asombroso parecido con sus hijas fallecidas sorprendió a más de un vecino. A medida que las pequeñas crecían, la madre se volvió más y más protectora. Le aterrorizaba la idea de que pudiera perderlas. Un día, de camino al colegio, las hermanas se adelantaron y corrían ante la atenta mirada de la mujer. En cuanto pusieron un pie en el asfalto, una férrea mano las detuvo con brusquedad. Entre sollozos desconsolados, su madre les rogó que no cruzaran nunca sin su permiso. “No pensábamos en hacerlo. Ya nos atropellaron una vez, mamá. No volverá a ocurrir”.

Desde entonces, algunos viajeros aseguran que al pasar por ese tramo unas interferencias se cuelan en la radio y se oye una misteriosa melodía: el tarareo de unas niñas.


jueves, 25 de julio de 2019

El visitante nocturno.

Leonor se mudaba de nuevo. A su madre le encantaba la restauración, así que su predilección por las casas antiguas empujaba a la familia a llevar una vida más bien nómada. Era la primera noche que dormían allí y, como siempre, su madre le había dejado una pequeña bombilla encendida para espantar todos sus miedos. Cada vez que se cambiaban de casa le costaba conciliar el sueño.

La primera noche apenas durmió. El crujir de las ventanas y del parqué la despertaba continuamente. Pasaron tres días más hasta que empezó a acostumbrarse a los ruidos y descansó del tirón. Una semana después, en una noche fría, un fuerte estruendo la sobresaltó. Había tormenta y la ventana se había abierto de par en par por el fuerte vendaval. Presionó el interruptor de la luz, pero no se encendió. El ruido volvió a sonar, esta vez, desde el otro extremo de la habitación. Se levantó corriendo y, con la palma de la mano extendida sobre la pared, empezó a caminar en busca de su madre. Estaba completamente a oscuras. A los dos pasos, su mano chocó contra algo. Lo palpó y se estremeció al momento: era un mechón de pelo. Atemorizada, un relámpago iluminó la estancia y vio a un niño de su misma estatura frente a ella. Arrancó a correr por el pasillo, gritando, hasta que se topó con su madre. “¿Tu también lo has visto?”, le preguntó.

Sin ni siquiera preparar el equipaje, salieron pitando de la casa. Volvieron al amanecer, tiritando y con las ropas mojadas. Se encontraron todo tal y como lo habían dejado... menos el espejo del habitación de la niña. Un mechón de pelo colgaba de una de las esquinas y la palabra “FUERA” estaba grabada en el vidrio.

La familia se mudó de manera definitiva para dejar atrás aquella pesadilla. Leonor había empezado a ir a un nuevo colegio y tenía nuevos amigos. Un día, la profesora de castellano les repartió unos periódicos antiguos para una actividad. La niña ahogó un grito cuando, en una de las portadas, vio al mismo niño una vez más, bajo un titular: “Aparece muerto un menor en extrañas circunstancias”.



miércoles, 24 de julio de 2019

El hombre de los sueños.

En enero de 2006, un psiquiatra de Nueva York recibió en su consulta a una de sus pacientes como un día cualquiera. En aquella sesión, la joven le explicó que había soñado en repetidas ocasiones con un hombre al que ni si quiera conocía. Tenia una calva incipiente, las cejas muy gruesas y los labios extremadamente finos, en especial el superior. Mientras oía la descripción, el facultativo dibujó el retrato del sujeto. No le dio mayor importancia y lo dejó sobre la mesa.

Las tornas cambiaron cuando, en sus siguientes consultas, dos pacientes más aseguraron haber visto al mismo hombre en sueños. El psiquiatra decidió hacer copias del dibujo y enviarlo a varios compañeros de profesión. Meses después, vieron que el número de personas que habían soñado con él no paraban de aumentar y optaron por crear una página web en la que se registraran todas sus apariciones. Los facultativos descubrieron que el misterioso hombre se había colado en los sueños de cerca de dos mil personas.

Sus “apariciones” son de lo más dispares. Uno de los pacientes aseguró haberlo visto vestido de Papá Noel. Otro dijo haberse enamorado en cuanto lo vio. Un tercero asegura que cuando sueña que vuela, el hombre lo hace junto a él, y nunca habla.

El fenómeno ha dado pie a múltiples teorías conspirativas. Una de ellas señala que el intruso es una persona real con la habilidad de irrumpir en los sueños. Otra, incluso afirma que se trata de un proyecto oculto de los gobiernos para controlar las vidas de los ciudadanos. La hipótesis más científica, sin embargo, indica que este rostro forma parte de la “conciencia común”.

Y a ti, ¿alguna vez se te ha presentado en sueños?


sábado, 13 de julio de 2019

Branquias.

Branquias, por Jesito Weaver. 


Fue a mediados de julio, en una noche de suave brisa, de esas que aligeran los calores acumulados durante el día. Los mayores agradecían la tregua saliendo a la calle, disfrutando del fresco que la canícula les había negado hasta entonces. Aprovechaban también para ponerse al día sobre los últimos acontecimientos, casi siempre sobre el desarrollo de los trabajos en el mar y otros asuntos de poca importancia.

El aullido se escuchó en todo el pueblo. Los vecinos de la zona más alejadas del puerto dijeron haberlo oído nítidamente.

Fueron pocos los que se atrevieron a acercarse a las inmediaciones del muelle y ninguno de ellos ha vuelto a ser el mismo. Los mejor parados continúan con sus insignificantes vidas como pueden: solos, sin apenas relación con los vecinos, como en un estado de letargo que cada vez parece más profundo. Suelen usar pañuelos para esconder sus branquias.

De los primeros en llegar al embarcadero donde se encontró el cuerpo no ha vuelto a saberse nada. Hay quien dice que saltaron al agua, atraídos por algo de lo que casi nadie quiere hablar. Otros, los más incautos, se aventuran a pronunciar un nombre.
“Fue Cthulhu,” dicen.


viernes, 12 de julio de 2019

El Monstruo.

El Monstruo, por Emil Sinclair. 


No te preocupes mi niño, mamá está contigo, nada va a pasarte.
No pongas esa cara mi vida, ya te he contado todos los cuentos que sabíamos, ahora hay que dormir cariño, así bien tapadito, no, tu osito Charlie está roto y sucio, acuérdate.
Sí, no me olvido del beso en la frente.
Sí, Esteban, he mirado debajo de la cama y en el armario, y no he encontrado ningún monstruo, ya te he dicho muchas veces que los monstruos no existen, sólo que a menudo se tienen pesadillas y crees que lo que has visto y hecho es real mi pequeñín.
Ahora duerme.
Sí, mamá vigilará.
Buenas noches, querido.
Pero no llores mi cielo.
Por favor, sabes que oírte llorar me hace daño.
Cálmate ángel mío, no te revuelvas tan fuerte, vas a acabar hiriéndote.
Sabes que esta noche tiene que ser así mi vida.
Si duermes tranquilo mañana aflojaré las cinchas de tus muñecas y soltaré tus piernas, pero sólo si eres bueno te dejaré comer carne.




jueves, 11 de julio de 2019

El disfraz perfecto.

El disfraz perfecto, por Psitacosis. 


– ¡Con diez cañones por banda…!

– ¡Ponte el disfraz de una vez, que vamos a llegar tarde!

– Ya casi estoy, mira. Sólo me falta el parche.

El niño se marchó a su cuarto. Se miró con atención en el espejo, se puso el parche, y comenzó a sentirse incómodo, de manera que terminó por quitárselo. Se miró el ojo derecho con detalle, primero lejos del espejo y luego tan cerca que no lo distinguía. Notó que le faltaba algo importante. Sonaron sus pasos apresurados por la tarima. Acercó la mano al bote del escritorio: unas tijeras, un punzón, una grapadora, lápices de puntas afiladas…

Su madre gritó:
– ¿Quieres darte prisa de una vez?

Eligió el punzón apresuradamente y lo clavó con tanta fuerza y decisión como le fue posible. Un grito ahogado.

Silencio.

La mujer subió y lo encontró sentado frente al espejo, con el punzón en la mano y el parche en el ojo. Había sangre por todo el escritorio.

– ¡Dios santo! ¿Pero qué has hecho?

– El loro no se quedaba quieto en mi hombro.


miércoles, 10 de julio de 2019

La extraña granja.

La extraña granja, autor desconocido. 


Desde que éramos pequeños siempre tuvimos miedo de la vieja granja junto a la que íbamos a jugar.

Pero el día que tuve que entrar allí a por el balón me di cuenta de que no tenía nada que temer.

Me lo dijeron las voces. No me harían nada si hacía lo que me pedían: solo tenía que matar a mis amigos…


martes, 9 de julio de 2019

El negativo de Pickman.

El negativo de Pickman, autor desconocido. 


En los mentideros de Boston siempre habían corrido rumores algo tétricos sobre la inspiración del desaparecido Richard Upton Pickman.

Cómo un murmullo impreciso, como chirridos y zumbidos de insectos en una noche de verano, las historias solían abundar en distintas variaciones de un mismo tema: el autor había utilizado modelos reales para algunos de sus grotescos cuadros.

Personalmente, había uno que me había obsesionado en especial: Gul alimentándose.

Por eso, el día que me hice con algunos objetos personales en una subasta, no podía contener las ansias y la emoción al llegar a casa.

En un manido sobre encontré su secreto.

No había ni rastro de las fotos de sus modelos, pero sí había quedado, oculto en un doble fondo, un inquietante negativo.

Desde entonces no he vuelto a dormir tranquilamente.


viernes, 5 de julio de 2019

Ansiedad.

Ansiedad, por Eloy Martínez Adame.


Sentía que le faltaba el aire. El ambiente olía a madera húmeda, a aceite gastado y óxido. Ese espacio tan reducido lo estaba asfixiando. Era verdaderamente una ironía que este fuera su primer viaje en tren. Nunca le gustó la idea de estar atrapado en un espacio tan pequeño y entre cuatro muros de madera. ¿Cuánto había pasado desde su salida? ¿Cuánto más podría aguantar esa sensación que le oprimía el cuerpo y el alma? Quería salir de ahí, estar con Elena, su amada esposa. Quería sentir sus brazos rodeando su cuello para darle un apasionado beso de bienvenida. Pero parecía faltar una eternidad para ello. Lo peor era la espera… No, lo peor era el ataúd dentro de ese vagón viejo y pestilente que lo acompañaba… Sí, lo peor era el ataúd.

Incluso el sonido lo sofocaba. Ese estridente rechinar de ruedas y vías de metal; el crujir de madera mohosa, vieja, quebradiza y apestosa. Era de noche, eso podría adivinarlo por la fría humedad que impregnaba el interior. Pensar en la oscuridad que se cernía sobre el lúgubre tren no mejoraba su visión del claustrofóbico viaje. A esa oscuridad no se podía escapar, por más rápido que fuera el tren sabía que el día tardaría en llegar más de lo normal. Así es cuando la ansiedad se mete entre cada célula de tu cuerpo. No puedes sacarla, no puedes escapar de ella, te sofoca, te pesa. Es como estar dentro de una caja, pensó, sin nadie a kilómetros de distancia.

El cómo llegó ahí y a dónde se dirigía le eran tan irrelevantes que no los recordaba. Esos lugares ya no eran reales para él. Sólo Elena y la ansiedad en sus manos, ese temblor incontrolable de sus dedos y el sudor helado que le pegaba la ropa al cuerpo; la sensación de tener un chaleco de metal frío sobre el pecho que le impedía respirar; sus pies dormidos y adoloridos. La espalda era un suplicio. Eso era real para él. ¡Y ese maldito ataúd! Como si viajar solo dentro de un vagón de tren no fuera horrible en sí: un maldito ataúd. Ni siquiera la madera de roble oscuro y tallado cuidadosamente podía darle a ese objeto una apariencia agradable. Olía a muerte y eso le congestionaba la nariz.

¿Cuándo se detendrá este jodido tren?, se preguntaba. Cuando la esperanza dejaba casi por completo su ser para dejar todo su interior a la desesperación, unos golpes sobre madera, ¿o habrá sido el viento? ¿provenían del interior del ataúd? ¿fuera del vagón en movimiento? Oh, Elena, por qué no estás aquí conmigo, se dijo. De pronto, un estruendo infernal, la maquinaria del tren se estaba deteniendo. Sintió la inercia del movimiento. La maldita caja de madera tembló y sus juntas de metal y madera produjeron una sinfonía que le revolvió las tripas. Por unos segundos que parecieron largos minutos, el sonido mezclado de uñas sobre el pizarrón y taladros hidráulicos llenaron el angosto espacio del interior para terminar en una lejana exhalación de vapores proveniente de la máquina principal. Luego, voces.

“Benjamín, apúrate. Hay que abrir el último vagón”. “¡Cabrón, qué olor!”. “No seas irrespetuoso, ayúdame a sacar el ataúd pronto”. “No me imagino un viaje aquí adentro, ni tú con todo tu aguante hubieras aguantado la mitad del viaje”. “Por eso nadie viaja aquí y se coloca en la parte de atrás del tren. Ayúdame a sacarlo que no tardan en pasar por él”. “¿Y quién va a venir por él?”. “Déjame ver la hoja de carga… Ehm… Una tal Elena Jiménez”. “Bien, al menos para este amigo de aquí adentro terminó el viaje”.

Oh, ahora lo recordaba como había terminado ahí, pero seguía siendo irrelevante. Se pensó un idiota por creer que lo vivido en el viaje podía ser real, un remanente del anhelo de vivir, supuso. Ya no importaba más, su Elena estaba por llegar. Al menos ya no estaba dentro de ese vagón, con el ataúd no tenía opción.


miércoles, 3 de julio de 2019

*Sin título*

*Sin título*,  por Vacodriani. 


— A la una me tuvieron, a las dos me bautizaron, a las tres me puse novia y a las cuatro me casaron…
— Calla, no cantes, por favor, déjame…
— A las cinco tuve un niño, a las seis lo bautizaron, a las siete…
— Por favor, dime qué tengo que hacer para que me dejes, para que me perdones. Me equivoqué, me equivoqué por siempre…
— A las siete algo me dieron, a las ocho…
— No cantes y háblame, hazme saber si con mi muerte te contentarás, dime si no has tenido suficiente con la marcha de Leonor, mi Leonor.
— A las ocho vino el cura y a las nueve…
— !Márchate¡, rencor y venganza, vuelve de donde saliste, déjame solo, sufriendo, no aguanto más.
— Y a las nueve, me enterraron.


Una exposición arriesgada.

Una exposición arriesgada, por Judas Krae. 


El museo anunció la próxima apertura de una exposición arriesgada. Traiga sus propios monstruos, rezaban las invitaciones que recibieron en sus buzones los habitantes de la ciudad.

Al principio venció el desconcierto, la reserva y el escepticismo. Pero a medida que el día del estreno se aproximaba, fueron llegando, con cuentagotas, los hijos de los pederastas, las mujeres maltratadas, los hermanos de los caníbales, las madres de los parricidas. Uno a uno, tocaron con sus nudillos fríos la puerta trasera del museo, susurrando con voz queda y trémula, para deshacerse de sus monstruos y sus martirios. Tal fue el éxito de la iniciativa, que al abrir sus puertas (el museo) a tan descabellada exposición, la ciudad entera suspiró y por fin pudo dormir tranquila.

Mas el alivio duró poco. Tras el primer día, los habitantes de la ciudad, tuvieron que lidiar con la más terrible de las pesadillas, que les acosaba todas las noches, cuando el silencio, por fin, dominaba las calles. Pues Morfeo había decidido acosarles con el sueño de un museo que cerraba sus puertas a una exposición arriesgada, viéndose en la tesitura de regresar a sus dueños todo el material cedido para la misma.


martes, 2 de julio de 2019

Desconcierto en 00:81.

Desconcierto en 00:81, por Simón Bleu. 


Daniel Martínez tiene cuarenta años y un bote de crema de cacao.
Por las mañanas la desayuna mientras observa a los gorriones cruzar el cielo.
Gorriones al revés.

A las 18:00 la oscuridad se enciende en las bombillas del apartamento.
Hace otoño, hay invierno.
Unas hormigas se cuelan por su pantalón (es lunes) y le hacen cosquillas en los tobillos.
Entonces, empieza.

Golpes a las paredes, a los relojes, estallan las copas.
Quieto, estate quieto.
Ahí, a cientos de años luz del lado del espejo, las cosas toman su propia forma a partir de las 18:00.
Hasta la mañana siguiente.

Hay peces que nadan en la alfombra.
Una risa. Oscuridad.
Daniel Martínez cierra los ojos a esas horas interminables que rozan sus párpados.
Algo le ha tocado el pie.
Un mordisco, un grito, un silencio.
Una sartén cae en la cocina.
Unos pasos.
Unos peces.
Angustia de no encontrar… ¿dónde está el interruptor?

Oye cómo alguien se sirve su vino, se abren grifos, resbalan uñas por la pared.
No ve nada.
Desconsolado, espera a la mañana siguiente.
Voces, platos rotos.
En el lado izquierdo del espejo, D. M. apaga las luces a las 18:00, y se va a trabajar.



lunes, 1 de julio de 2019

Miedo.

Miedo, por Hogdson. 


Pensé que, tras pasar interminables años recorriendo estos pasillos, sabía todo lo que hay que saber de mi oficio. Me equivoqué. Creí que no existía ni un solo rincón que no hubiera explorado una y mil veces; que no habría nada que escapase a mi control. Y por ello, me sentía amo y señor de todo lo que hubiese entre estas paredes. De hecho, la oscuridad era mía, la perpetua soledad… Incluso el aire viciado y la humedad de catacumbas eran mías también. El frío era frío no porque se filtrara por la grieta, sino aquello que dejaba la gélida estela de mis pasos. Y es que los fantasmas somos de condición huraña, y terriblemente celosos de nuestra causa y secreto encierro. Pero ahora, siento que estos sótanos de silencio ya no me pertenecen del todo. Un silencio sólo roto por el sempiterno repiqueteo del agua que se escurre… pero que ahora, cada cierto tiempo, me regresa el eco de otros pasos furtivos. ¿Quién es, de dónde, y cómo vino?, no puedo saberlo ni comprenderlo. Porque lo creo imposible. Y aunque no pueda ser, me hace sentir cosas que obviamente ya había olvidado. ¿Acaso esto es miedo?